Hasta hace unos tres años mi vida se centraba en el aspecto laboral casi exclusivamente, trabajaba como una leona, sin fines de semana, sin vacaciones. Sólo descansaba algún día suelto, tenía inculcadísimo que en la vida lo primero era el trabajo, y lógicamente trabajaba por mi cuenta. No quiero decir que cuanto trabajas por cuenta ajena no des también el callo, pero los problemas se ven de otra forma por muy responsable que seas.
Llegó un día en el qué mi cabeza y mi cuerpo dijeron: ¡para! y "reventé".
A partir de ahí tuve que cambiar totalmente mi forma de pensar y relajarme, algo impensable en mí que siempre estaba a mil por hora y aceleradísima. Todo el mundo me lo decía y yo no me daba cuenta.
Los médicos me recetaron pastillas tipo "lexatin" y yo me asusté, me imaginé enganchada a ellas, aunque me aseguraron que no eran adictivas, no me lo creí, el hecho de acostumbrarme a esa rutina de me tomo la pastilla y a dormir, me daba miedo.
Entonces fui a un excelente profesional de la acupuntura en mi ciudad y me puse en sus manos, eso sí me salió bastante más caro que las pastillitas, y traté de confiar en qué, ya el hecho de tener que tumbarme con unas agujas clavadas y a oscuras media hora tiene que ayudar por lo menos a no moverte y por lógica "algo" te relajara.
Gracias a Dios (si soy creyente aunque suene raro) me funcionó y empecé a cambiar el chip, a no decir esas frases de hoy no puedo que tengo que trabajar más, no, no, no. El trabajo tiene un horario y puede haber temporadas en que se aumente pero no todo el año. Aunque hay momentos en los que hecho de menos esa vida, una especie de "síndrome de Estocolmo", creo que he aprendido la lección.
Un biquiñ@
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